¿Hacia dónde estoy yendo? ¿Hacia dónde va mi vida?
¿Se lo han preguntado alguna vez?
Tomaros un minuto, cerrad vuestros ojos y haced el ejercicio mental de imaginaros cómo serán vuestras vidas dentro de un período de tiempo concreto. Un par de años, cinco, diez, cuanto más lejos podáis transportaros, mejor. Pero cuidado, no caigáis en la trampa de imaginaros cómo queréis que sean vuestras vidas, sino, verdaderamente cómo serán. Sed simples realistas por un momento.
No es difícil, sólo tenéis que mirar hacia atrás para ver las huellas que habéis dejado y proyectarlas a futuro en un plano imaginario. Prolongar vuestra línea de vida a futuro en vuestra mente.
Este simple pero efectivo ejercicio nos sirve para tener un poco más claro hacia dónde vamos, a dónde queremos llegar y detectar la posible separación entre esos dos puntos.
Claro que debería ir acompañado de una reflexión más profunda y concienzuda donde intervendrían más factores como nuestros valores, aspiraciones, etcétera, en el caso de que los tuviéramos.
De otra manera estaríamos vagando como sonámbulos sin un rumbo preestablecido con las consecuencias que esta pasividad tendría en nuestra vida.
No creo que nuestra existencia debiera ser una serie de episodios perfectamente planeados donde todo estuviera previamente calculado, sino que considero importante tener un guión, un discurso que nos sirva de guía a la hora de tomar decisiones relevantes acerca de nuestro futuro.
Observando la sociedad que nos rodea podemos ver que un gran porcentaje de ésta o bien no se ha hecho esta pregunta o ha fallado al hacer su reflexión.
Gente con una vida aparentemente normal pero en el fondo vacía. La típica persona con una familia, una casa, un coche y hasta un perro pero que al llegar a cierto punto de su vida cae en el pozo de una depresión.
Aquí es donde quería llegar.
Nuestra sociedad ha perdido su camino. Ya no somos cazadores ni recolectores como hace 40.000 años, ya no tenemos que sufrir el castigo de la climatología ni enfrentarnos a feroces criaturas para ganarnos nuestro alimento y el de nuestras familias. Hemos pasado de ser valientes cazadores a perezosos consumidores. Nos hemos aburguesado. Lo que debería haber supuesto un adelanto, el progreso, ha conseguido mermar nuestra voluntad.
Hoy en día el alimento se encuentra a nuestra disposición en los supermercados, a escasos metros de nuestro confortable hogar. Pero para obtener este alimento y muchas otras cosas que creemos necesitar, nos vemos enfangados en la “carrera de la rata” como la ha llamado Robert Kiyosaki (Padre rico, padre pobre); una suerte de trampa que comienza con adquirir el hábito de levantarse, ir al trabajo, pagar las cuentas y volver a levantarse para volver a ir al trabajo. Un círculo vicioso del que parece no haber escapatoria a la vista.
Al no saber cuál es nuestro camino, caemos con frecuencia en el fallo de observar a la muchedumbre.
¿Hacia dónde van los demás?
Y nos dejamos abducir por el rebaño como otra oveja más que transita un camino construido por otros hombres, verdaderos constructores de caminos, que nos llevan, ni más ni menos, adónde han llevado a estos hombres que los han construido. Donde ellos querían llegar.
Pero ¿no deberíamos construir nuestro propio camino?
¿No sería esto más certero y más justo con nosotros mismos?
El inconveniente es que es mucho más fácil tomar una senda segura, una ya contrastada por el curso de otras gentes… aunque no nos lleve precisamente a nuestro propio destino. No hay nada como la cómoda inercia del rebaño. Pero la inercia se caracteriza, literalmente, por la ausencia de energía.
-Son tantos los que van por allí… y tantos no pueden estar equivocados…
La historia nos muestra infinidad de ocasiones en las que miles de personas desfilaron juntas hacia algún abismo con nefastas consecuencias. Pero no nos importa, decidimos tomar ese riesgo, al fin y al cabo, si algo malo sucede, será igual de malo para todos. Así encontramos tranquilidad. Como reza el antiguo dicho “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Tenemos que hacer un alto, levantar la cabeza, fijar nuestra vista en el horizonte y hacernos esa pregunta:
¿Es realmente allí donde quiero llegar?
Apartarnos del rebaño, transformarnos en auténticos ingenieros de caminos. Enfrentar el duro trabajo que representa esta tarea. Armarnos con el coraje de esos antiguos cazadores y abrirnos paso para superar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro curso.
Corremos el riesgo de equivocarnos y desviarnos, pero siempre podremos rectificar. De todos modos es más digno intentarlo y fracasar que tirar la toalla antes de comenzar.
Siempre tendremos la satisfacción, al mirar hacia atrás, de ver el camino que hemos construido nosotros mismos. Nuestro camino.
Por último, conviene saber que éste camino no debe tener una meta preestablecida, ya que, como dice Eduard Punset (El viaje hacia la felicidad) “la felicidad se encuentra en la antesala de la felicidad”. Esta felicidad nos encontrará recorriendo nuestra propia carretera y no al final de ésta.
Sólo cuando la naturaleza decida que es nuestro momento de partir hacia lo que sea que haya después de esta vida quedará establecido el final de nuestro camino.
Levantad vuestra cabeza, fijad la vista en el horizonte, construid vuestro propio camino.